Kokoshca: el vértigo eterno de vivir como si todo pudiera ser distinto


Pocos grupos pueden decir que llevan más de una década y media en el panorama musical español sin perder la urgencia, la ironía ni ese punto de desgana gloriosa que convierte sus canciones en himnos de resistencia emocional. Kokoshca no solo puede decirlo: lo grita entre guitarras, bajos crudos y coros que suenan como brindis a media madrugada. Su último disco, La Juventud, abre con la voz de Pepe Mujica y te lanza directo a un mundo donde el trabajo es una maldición, el amor es una ruina (a veces preciosa) y la noche no se acaba nunca del todo.


Formados en Pamplona pero con alma de barriada mestiza, Kokoshca ha ido construyendo un repertorio que ya es leyenda. Su cancionero es uno de los más sólidos, coherentes y emocionalmente contagiosos del indie en castellano. A medio camino entre el costumbrismo desencantado y la épica de bar, su música bebe de fuentes tan dispares como The Rolling Stones, Primal Scream, Los Planetas, Astrud, Spacemen 3 o Motown, todo pasado por el filtro callejero de una banda que no le teme ni al autotune ni a la cumbia dub.


La Juventud, su quinto álbum oficial (noveno si cuentas los CD-Rs que circularon de mano en mano), es una declaración de principios: aquí se canta para no olvidar, para no trabajar, para no envejecer. Es un disco sobre el vértigo de la memoria, sobre el personaje que siempre vuelve a aparecer —ese que vive en sus canciones como un fantasma borracho que no quiere irse de la fiesta. Grabado en La Mina por Raúl Pérez, el álbum mezcla estribillos coreables hasta la afonía con una producción que suena cruda, vibrante, rabiosa y, sobre todo, viva.


Kokoshca no es solo una banda. Es una forma de estar en el mundo. Una actitud que desafía el cinismo a base de sensibilidad y melodía. Una certeza de que, por un momento al menos, la vida puede ser distinta. Y casi mejor. Vamos a emborracharnos.